El Concilio en la Luna

Cuento corto, pero eterno
22 noviembre, 2024 por
El Concilio en la Luna
Patricio Echagüe Ballesteros
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La vasta y fría superficie de la Luna resplandecía bajo la luz del Sol, un escenario improbable para una reunión tan sombría. Allí, en un cráter que parecía haber sido cincelado para un propósito oscuro, se materializaron, uno por uno, los representantes de las entidades demoníacas más temidas y veneradas en la historia de la humanidad. El aire vibraba con una energía densa, cargada de un poder antiguo que hacía temblar incluso al vacío del espacio.

El primero en aparecer fue Lucifer, el portador de la luz caída, cuya presencia resplandecía como una llama oscura que proyectaba sombras inquietas. Vestía un traje negro impecable, reflejo de su orgullo eterno, y su sonrisa era tan afilada como las espadas de sus ejércitos. A su lado, surgió Asmodeo, el demonio del deseo, rodeado por un aura que hacía que incluso la roca lunar pareciera palpitar de lujuria. Sus ojos, dos pozos insondables, contemplaban el horizonte como si estuviera evaluando un nuevo juguete.

Baal, el antiguo rey demoníaco de los cananeos, apareció en un estruendo como si su llegada hubiese agrietado la misma corteza lunar. Con múltiples cabezas parloteando a la vez, cada una proclamaba una victoria sobre las almas humanas. Lilith, la madre de los demonios, emergió entre un soplo de aire frío, su silueta envuelta en sombras serpentinas. Sus ojos chispeaban con una mezcla de odio y satisfacción.

De las tierras de Asia llegó Mara, el seductor de Buda, quien flotaba en un loto oscuro que se marchitaba y florecía a su voluntad. Traía consigo historias de mentes perturbadas por deseos inalcanzables. Desde las profundidades de los infiernos mesoamericanos, Tezcatlipoca, el Espejo Humeante, apareció envuelto en un manto de obsidiana, observando con su rostro cambiante que mostraba tanto furia como indiferencia.

Uno a uno, llegaron otros: Shaitan, de las tierras islámicas, con su túnica roja y su astuto semblante; Ravana, el demonio rey de Lanka, con sus diez cabezas llenas de sabiduría torcida; y Iblis, el eterno rechazado, que se pavoneaba con una calma que sólo podía venir de su inquebrantable desprecio por la humanidad.

Cuando el último llegó, el silencio se adueñó del lugar. Belcebú, el Señor de las Moscas, agitó sus alas chirriantes y proclamó:

—Hermanos y hermanas de la sombra, bienvenidos al Concilio Lunar. Aquí, lejos de los ojos indiscretos de los mortales y sus ángeles, celebraremos nuestros triunfos y evaluaremos el estado de nuestra empresa: la autodestrucción de la humanidad.

Una risa conjunta resonó como un trueno en la atmósfera lunar inexistente.

Las Crónicas del Caos

Lucifer tomó la palabra primero, avanzando al centro del círculo.

—Ah, los humanos. Son fascinantes, ¿no? Les ofrecimos el regalo del conocimiento y lo transformaron en un arma. En sus manos, la ciencia, que debería ser un puente hacia las estrellas, se ha convertido en una herramienta de dominación. Crearon bombas capaces de destruir planetas, redes que esclavizan mentes y algoritmos que perpetúan el odio. Mi obra, hermanos, está en su cúspide.

Asmodeo rió, un sonido melódico y venenoso.

—Tu "cúspide" no es nada sin mi toque. Mira cómo el deseo gobierna sus vidas. Desean más riqueza, más poder, más placer. Y nunca es suficiente. Se traicionan, se destruyen, todo por satisfacer una sed que nunca puede ser saciada.

Lilith alzó una mano pálida y elegante.

—Es cierto, pero no olviden que yo les enseñé el rechazo. Los humanos ahora desprecian la vida que les dieron sus dioses. Han llenado la tierra de violencia contra los suyos y contra el planeta mismo. Mira cómo incluso el aire que respiran y el agua que beben está contaminada.

Mara, con su tono suave y seductor, agregó:

—Y en el caos que cada uno de ustedes fomenta, he sembrado la semilla de la desesperación. No necesitan dioses ni demonios para destruirse; lo hacen solos, cegados por su sufrimiento y su insaciable anhelo de cosas que nunca tendrán.

Tezcatlipoca dio un paso al frente, su manto de obsidiana reflejando la pálida luz lunar.

—En las tierras que una vez fueron mías, los humanos adoran la violencia como un arte. La sangre corre por sus calles, y sus mentes están llenas de imágenes de destrucción. Alimentan mi espejo con su ambición y su odio, y yo les devuelvo las visiones que los hunden más profundamente en el caos.

Belcebú, con un zumbido ominoso, añadió:

—Y mientras sus cuerpos se pudren por sus excesos y su negligencia, las moscas se multiplican. Soy el testigo de su decadencia física, hermanos, y les aseguro que es tan deliciosa como cualquier banquete infernal.

El Debate

Shaitan se inclinó hacia adelante, su mirada astuta fija en Lucifer.

—Pero, ¿es suficiente? La humanidad es obstinada. A pesar de todo, aún existen aquellos que luchan, que encuentran esperanza incluso en el abismo. ¿Deberíamos intensificar nuestras tácticas?

Iblis, con su fría voz, respondió:

—No subestimes el poder del libre albedrío. Los humanos eligen su camino, y más a menudo de lo que admiten, eligen el nuestro. La clave no es la fuerza, sino la sutileza.

Ravana asintió.

—Sabias palabras. La división es nuestra arma más efectiva. Religión contra religión, nación contra nación, hombre contra mujer. Mientras estén divididos, nunca serán una amenaza para nosotros.

Lucifer levantó una mano para silenciar el murmullo que crecía.

—Hermanos, nuestra victoria no necesita prisas. La humanidad se destruye con una eficiencia que ni nosotros podríamos haber imaginado. Pero debemos ser vigilantes. No olviden que ellos tienen algo que nosotros no poseemos: una capacidad inquebrantable para cambiar.

El comentario de Lucifer provocó un silencio reflexivo. Incluso los más orgullosos de los demonios sabían que tenía razón.

La Celebración

Belcebú alzó una copa forjada de algún metal oscuro.

—Por ahora, brindemos. Por nuestras victorias, por el caos que hemos sembrado y por el placer de ver a la humanidad tambalearse hacia su propio fin.

Las copas aparecieron en las manos de cada entidad, llenas de un líquido que parecía absorber la luz. Alzaron sus vasos y brindaron, una cacofonía de voces demoníacas que resonó por la desolada superficie lunar.

Y mientras celebraban, la Tierra se alzaba en el horizonte lunar, un brillante mármol azul, hermoso y frágil. Pero no había piedad en los ojos de los demonios, sólo un deleite cruel al contemplar su obra maestra: un mundo que se desmoronaba bajo el peso de su propia creación.

Epílogo

Cuando la última sombra desapareció del cráter lunar, el silencio regresó. La Luna permaneció inmóvil, testigo imparcial de un concilio que los humanos jamás conocerían. Pero en los corazones de los mortales, en sus decisiones, en sus miedos y deseos, los ecos de aquella reunión se harían sentir, susurrando en las sombras mientras el mundo seguía girando.




El Concilio en la Luna
Patricio Echagüe Ballesteros 22 noviembre, 2024
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