¿De dónde vienes?

¿...hacia dónde vas?
11 noviembre, 2024 por
¿De dónde vienes?
Patricio Echagüe Ballesteros
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Era conocido en cada aldea que atravesaba, pero nadie sabía realmente quién era. Sus ropas eran siempre las mismas, una túnica de lino áspero, deshilachada en los bordes, y una capa marrón que parecía tan vieja como él mismo. 

Tenía el aspecto de un hombre de mediana edad, aunque el polvo de sus cabellos y la calma de su mirada lo hacían parecer mucho más antiguo. Llevaba consigo una bolsa de cuero y una vara de caminante, tan desgastada que apenas se mantenía entera. Su andar era tranquilo, y sus pasos resonaban con una especie de seguridad serena, como si el polvo y las piedras del camino fueran compañeros habituales.

Al verlo, las gentes solían preguntarse de dónde venía y hacia dónde se dirigía. Cualquiera que se cruzara con él y quisiera conversar, le lanzaba, inevitablemente, una de esas preguntas. Y su respuesta era siempre la misma, siempre con ese tono enigmático, siempre con un leve destello en los ojos que dejaba a sus interlocutores perplejos.

– ¿De dónde vienes, buen hombre? –le preguntaban.

Y él respondía, sin detenerse:

– Vengo de donde partí.


Al principio, esa respuesta dejaba desconcertados a quienes lo escuchaban. Pero con el tiempo, se convirtió en una especie de leyenda entre los habitantes de los pueblos por donde pasaba. 

La frase “vengo de donde partí” comenzó a adquirir un matiz casi místico, y la gente comenzó a usarla para referirse a aquellas cosas que parecen ir y venir sin nunca cambiar de sitio, o a las decisiones de las que uno no puede escapar, aunque crea haberlas dejado atrás.

No importaba cuántas veces le preguntaran de nuevo o de qué forma intentaran sonsacarle más detalles. Cada vez que alguien se atrevía a preguntarle, él respondía lo mismo. Y si acaso alguno intentaba descubrir a qué lugar se dirigía, él, con la misma naturalidad y sin detenerse, respondía:

– Voy hacia donde me dirijo.

Esta frase despertaba aún más desconcierto. Muchos intentaban descifrar su significado, y algunos creían ver en él la sabiduría de un ermitaño que había alcanzado un conocimiento superior del mundo. 

Otros pensaban que era un vagabundo sin rumbo, una especie de alma perdida, incapaz de recordar su propio origen y su propio destino.

Un día, llegó a una aldea pequeña, situada al pie de una colina. Allí vivía una joven llamada Alia, curiosa y astuta, conocida por su inteligencia y su habilidad para leer entre líneas. Alia había oído hablar del misterioso viajero y de sus respuestas evasivas, pero en lugar de ver en él un simple vagabundo o un charlatán, decidió que había algo más. 

Así que, al verlo aparecer en la entrada de su aldea, esperó a que el viajero llegara a la plaza del pueblo y, con cautela, se acercó a él.

– Buenas tardes, viajero –dijo ella, sonriendo–. He oído que vienes de un lugar curioso.

Él la miró con su calma habitual, y en sus ojos había un brillo que, a Alia, le pareció casi un reto.

– Vengo de donde partí –respondió él, con la misma tranquilidad de siempre.

Alia asintió, pero no se dejó vencer por la ambigüedad de su respuesta.

– Y dime, ¿hacia dónde vas? –continuó, sin apartar la mirada de la suya.

– Voy hacia donde me dirijo –replicó él, sin inmutarse.

Alia sintió que había algo en él que merecía ser comprendido, así que decidió cambiar de estrategia. En lugar de seguir cuestionándolo sobre su origen o destino, comenzó a hablarle de la aldea, de sus gentes y de los parajes que la rodeaban. 

Le habló de las montañas a lo lejos, del río que serpenteaba a unos kilómetros, de las historias de los ancianos y de los sueños que ella misma tenía de explorar más allá.

 

El viajero escuchó en silencio, sin interrumpir, como si estuviera absorbiendo cada palabra. Y cuando ella terminó, sonrió ligeramente y, por primera vez, le hizo una pregunta:

– ¿Y tú, Alia, de dónde vienes?

La pregunta la tomó por sorpresa, y, sin saber bien qué responder, se quedó en silencio un momento. Pero luego, en un arrebato de sinceridad, le respondió:

– Supongo que… vengo de este lugar. Esta es mi casa, donde nací y crecí.

El viajero asintió, como si esa respuesta fuera lo más natural del mundo.

– ¿Y hacia dónde vas? –preguntó él, mirándola con una intensidad inesperada.

Alia titubeó. Nunca se había planteado esa pregunta de forma tan seria. Tenía sueños de viajar y conocer el mundo, pero esos sueños siempre habían sido vagos, flotantes, más deseos que planes concretos. Finalmente, contestó:

– No lo sé. Tal vez a algún lugar donde pueda descubrir más sobre quién soy.

El viajero la miró con una especie de aprobación silenciosa, como si su respuesta lo hubiera complacido.

– Eso es bueno –dijo al fin–. Ir hacia donde uno se dirige, sin saber aún el destino, pero con la certeza de que se está avanzando. No hay mejor viaje que ese.

Aquella noche, Alia volvió a su hogar y no pudo dejar de pensar en las palabras del viajero. Su respuesta le había sonado extraña al principio, pero ahora comenzaba a cobrar sentido en su mente, como si, de algún modo, reflejara algo que ella misma no había comprendido hasta ese momento.

 “Vengo de donde partí. Voy hacia donde me dirijo”. Tal vez, pensó, aquella frase no se trataba de una simple evasión, sino de un reflejo de cómo el viajero percibía el tiempo y el camino de la vida.

Al día siguiente, el viajero partió de la aldea tan silenciosamente como había llegado. Alia quiso despedirse, pero cuando fue a buscarlo, solo encontró una vara de caminante apoyada en la entrada del pueblo. La recogió, y al hacerlo, sintió como si una parte de la esencia del viajero hubiera quedado impregnada en el objeto.

Desde ese día, Alia no volvió a ser la misma. Decidió que había llegado el momento de emprender su propio camino. Tomó la vara del viajero como si fuera un símbolo de su nuevo destino, y comenzó a viajar de aldea en aldea. La gente comenzó a reconocerla por su determinación y su paso firme. Cuando alguien le preguntaba de dónde venía o hacia dónde iba, a menudo respondía:

– Vengo de donde partí. Voy hacia donde me dirijo.

El eco de la frase del viajero seguía vivo en ella, y, con el tiempo, descubrió que había una verdad profunda en aquellas palabras. No importaba realmente el punto de partida ni el destino final. Lo que importaba era el camino en sí, la transformación constante, el aprendizaje que uno iba recogiendo a cada paso.

¿De dónde vienes?
Patricio Echagüe Ballesteros 11 noviembre, 2024
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